Vilaweb. Lunes, 13 de febrero del 2017, 22h. Opinión. Opinión contundente. |
Toque de alerta.
«Algunos cerebros de Madrid ya han calculado y explicado que con un centenar largo de detenciones conseguirían descabezar el proceso».
Por: Pere Pugès.
Leer la prensa madrileña cuando habla de nuestro proceso aporta mucha información sobre la mentalidad que guía los articulistas y contertulios, los altos funcionarios del estado y, sobre todo, los políticos, que cada vez más dependen de los anteriores, del poder mediático y funcionarial. La mayoría han salido de la élite de las dinastías de funcionarios y se mantienen en el poder, o caen, según el apoyo que reciben de los grandes medios de comunicación. Toda una muestra del provincianismo rancio de siempre.
El día 6 de febrero, en El Mundo, una señora con nombre y apellidos de rancio abolengo y una estrecha relación con la FAES, publicaba un artículo que me sorprendió, no tanto por el contenido como porque describía con grandes detalles lo que podría ser el desenlace final de nuestra historia visto desde su punto de vista. Vamos, que explicaba lo que quizás tiene en la cabeza –y escondida–, el presidente de su gobierno. Y lo hacía de manera figurada, como si explicara una historieta más, con la diferencia de que, aun así, pone los pelos de punta. Haríamos bien en no menospreciar la inteligencia del adversario y de no creer, ingenuamente, que la democracia siempre triunfa.
Supongo que esperaban que el presupuesto fuera un escollo insalvable que nos abocaría a unas elecciones en las que los independentistas se tirarían los trastos a la cabeza y, como resultado del triste espectáculo y de la devacle que esto hubiera representado, el nuevo parlamento ya no tendría mayoría independentista. Pero ahora les toca aplicar el plan alternativo que tenían diseñado para esta nueva situación, aunque con el mismo objetivo y estrategia pero debiendo enseñar la patita un poco más. El artículo al que me refiero explica los detalles. Resulta un desenlace muy verosímil y coherente con todo lo que han ido haciendo después de años en que las amenazas, el autoritarismo y la instrumentalización de la justicia han sido el pan nuestro de cada día. Sería un final de cuento de nunca acabar.
Nada extraño ni nada que no podamos contrarrestar y, incluso, aprovechar. ¡Pero cuidado!, ahora ya no nos podremos equivocar ni podremos mantener esta política de feria y pequeñas envidias –entre partidos y entre entidades– que tantos efectos negativos ha tenido. Alguien tiene que levantar la vista del suelo, de la batallita diaria, y aplicar la regla de oro de este proceso: sólo lograremos el objetivo final si seguimos nuestra línea y marcamos el ritmo. En cambio, si caemos en la provocación y nos desviamos, el factor tiempo se nos vuelve en contra y tenemos las de perder. Estos últimos cuatro años ya ha pasado varias veces y recuperar el camino y el ritmo correctos nos ha costado tiempo, esfuerzos, sacrificios y demasiado bajas innecesarias.
La estrategia que sigue el adversario le llevará, a partir de ahora, a radicalizar la situación para adelgazar el apoyo independentista y siempre con la vista puesta en unas elecciones a corto plazo –de seis a diez meses–, que es lo que busca hace tiempo. Esta pérdida de apoyo debido a la radicalización será fruto, según dicen, tanto de la lógica –para ellos– respuesta catalana al endurecimiento de la judicialización del proceso –incluida la aplicación parcial y gradual del artículo 155 de su constitución– como de algunas acciones violentas en la calle, como respuesta primaria y convencida de los sectores más radicales del independentismo o por la acción de los grupos infiltrados ya existentes o los que se creen desde las cloacas del estado.
A partir de la chispa de Arenys de Munt, hace algo más de siete años que comenzó este proceso y, si seguimos el plan previsto, dentro de poco más de seis meses llegaremos al momento clave, el referéndum o –en el peor de los casos– a la aplicación del «plan desesperado» del gobierno, que intentará impedir que pongamos las urnas de cualquier manera y que, haciéndolo, nos legitimará –internamente y internacionalmente– para declarar la independencia. Vamos bien, hemos recuperado el relato y el dominio de la escena y sólo necesitamos un poco de paciencia y de inteligencia.
Si mantenemos la calma y reforzamos la unidad política –nuestra piedra en el zapato–, será suficiente para provocar que el adversario se ponga aún más nervioso y cometa el error fatal (para ellos), saltando la línea roja marcada por la comunidad internacional. Mientras tanto, preparémonos para poder hacer frente a los dos ejes básicos de su estrategia: la aplicación de su ley según su interpretación y el ahogo económico. Y, al parecer, todavía no lo tenemos todo a punto… bastante a punto. Y me gustaría equivocarme, os lo aseguro.
Su estrategia se basa en actuar de manera contundente y escalonada a partir del momento en que el presidente convoque el referéndum –tienen prisa y, en el artículo mencionado, el previsto en mayo–. Con ley de transitoriedad previa o no, su plan es el mismo, porque para dejarla sin efectos –de cara a los suyos– tendrían bastante de llevarla al Constitucional. Aplicando el 155, requerirían al presidente Puigdemont que en un plazo de cinco días acatara la legalidad (la de ellos) y, si no lo hiciera, le suspenderían de sus funciones y el sustituirían por un títere de turno. Y también lo harían con los consejeros que apoyaran al presidente. No suspenderían la autonomía. Sencillamente aprobarían una medida provisional para impedir el vacío de poder y para aplicar su ley. En esta hipotética historia, prevén que el parlamento responda inmediatamente y acelere las leyes de desconexión y, por tanto, no tendrían más remedio que suspender las funciones legislativas del parlamento y sustituir los miembros de la mesa que se opusieran.
La historieta del artículo nos explica cómo pararían la rebelión popular que prevén, porque creen que lo resolverán todo en cuestión de horas, de un par de días como mucho, si colocan los mozos bajo las órdenes del Ministerio del Interior, cambian los directores de TV3 y Cataluña Radio y declaran el estado de excepción (artículo 116 de la Sagrada Constitución). El artículo no habla, pero algunos otros cerebros de Madrid ya han calculado y explicado que con un centenar largo de detenciones conseguirían descabezar el proceso. Esto y asegurar el sueldo de los funcionarios y empleados públicos, lo consideran suficiente para encauzar la cuestión y que todo quede limitado a un asunto de orden interno, que sea interpretado como una acción temporal para mantener el orden constitucional y que, a pocos días, pase a ser una pesadilla digerido rápidamente por la comunidad internacional, que no está para demasiados sobresaltos en estos momentos.
Todo ello se acabaría con el restablecimiento de la autonomía después de hacer unas elecciones autonómicas que, según ellos, llevarían los partidos catalanes unionistas al gobierno –un gobierno de concentración, de salvación nacional, añado yo– para restablecer el país de las heridas causadas por la frivolidad de unos cuantos descerebrados. Vamos, más o menos como nos han intentado explicar los Hechos de Octubre del 34.
Tenemos que reconocer que saben construir y reconstruir la historia. Hace más de trescientos años que se aplican (algunos dicen que ya hace unos quinientos y no seré yo quien los desmienta).
Pero, puesto que nos invitan –más bien nos provocan– a participar en la construcción de una historia que aún no ha pasado, puede que nos pongamos en serio. Os contaré como la escribiría yo.
De entrada, en los próximos meses, rebajaría la tensión. Ya se encargarán ellos, de mantenerla y intensificarla, haciendo el juicio al ex-consejero Homs y dictando una sentencia ejemplar que servirá, muy probablemente, para orientar la del presidente Mas, el ex-vice-presidenta Ortega y el ex-consejera Rigau. Después vendrá la teatralización correspondiente al juicio a la presidenta del parlamento y todas las acciones que se les ocurra contra quien haga falta –alcaldes, concejales, funcionarios díscolos…–. Será una provocación constante y creciente, sin duda. Pero lo tenemos que saber soportar estoicamente, con acciones de resistencia pasiva –ghandiana, como no se cansa de repetir el amigo Josep Pinyol– cuando nos convenga. Debemos saber provocar su indignación y la solidaridad de la opinión pública europea que fuerce sus políticos a intervenir.
En septiembre de este año debería ser el momento adecuado para apretar el acelerador. Primero, porque es cuando el presidente Puigdemont dijo que haríamos el referéndum y, ahora menos que nunca, el presidente puede permitirse perder la credibilidad ni caer en la provocación de hacerlo antes y mostrar una debilidad nada conveniente. Y segundo, porque después de una nueva jornada histórica que sirva para exigir que se lleve a cabo el referéndum, será el momento de convocarlo, hacerlo y tener los ojos del mundo mirándonos.
Mientras tanto, nuestro gobierno debe terminar de preparar el escenario del día siguiente del referéndum y asegurar que todo funcionará como una seda, más o menos… (tampoco podemos esperar milagros y que nos lo hagan todo). Por nuestra parte, la sociedad civil –no me cansaré de recordar que es la auténtica promotora y protagonista de este proceso– deberá prepararse para cuando quieran echar nuestro gobierno y la mayoría de los miembros de nuestro parlamento. Entonces sí que todo este grupo de 50.000 jubilados y prejubilados que nos movilizamos cuando nos llaman tendremos que plantarnos en la plaza de Sant Jaume y el parque de la Ciutadella y garantizar, gandhianamente, que todos nuestros representantes podrán continuar en su lugar para hacer el único acto de desobediencia realmente necesario: no atender la orden de suspensión de las competencias ejecutivas del gobierno y de las competencias legislativas del parlamento. La historia contará que todo el país se movilizó unos días, serenamente, pacíficamente, y cortó las autopistas y carreteras que van o vienen del sur y el oeste, los accesos aéreos y ferroviarios… y que cuando llegó fin de mes, los funcionarios –médicos, maestros, mozos de escuadra, trabajadores de las administraciones públicas…– y los pensionistas cobraron doblemente: una paga los vino de España, que creía que ahogando financieramente la Generalidad y pagando directamente compraría los favores y la fidelidad de toda esta gente, y otra paga vino del lugar de siempre, de la Generalitat, que había llegado a los acuerdos internacionales necesarios para cubrir esta circunstancias. Dos o tres meses más manteniendo esta pugna serán determinantes para decantar la balanza a nuestro favor. Y aquí, también, los ciudadanos tendremos tanto o más protagonismo que nuestros políticos.
La historia nos contará –espero– que varios meses después el país funcionaba perfectamente y que el estado español no entendía como era que habían perdido Cataluña. Años después, lejos de reaccionar, se cumplió la predicción de Alexandre Deulofeu, un figuerense tocado por la tramontana, que en los años sesenta predijo que en 2029 el imperio español acabaría derrumbado por completo y la altiva Castilla se quedaría sola. Quizás sea la única manera de que unos y otros entren en el siglo XXI y hagan las revoluciones pendientes.
¡Ah! Y que nadie diga que revelo nuestra estrategia secreta. Os puedo asegurar que todo esto no deja de ser como me gustaría que pudiéramos escribir nuestra historia y enseñar a nuestros hijos y nietos. Tampoco me sorprendería que, si pasa todo esto, haya sido fruto de una estrategia elaborada por el conjunto de las fuerzas políticas y sociales democráticas y catalanistas de nuestro país. Algunos otros, quizá se pensarán que no deja de ser un sueño loco de un santboyano de raíz. Aunque, una vez, otro sueño como el del ANC se convirtió en realidad y estamos aquí porque mucha gente creímos que los sueños son posibles.
Enlace del artículo original en catalán: