Prólogo de Antoni Rovira i Virgili al libro «Catalunya i l’Europa futura» («Cataluña y la Europa futura»). Páginas 3 a 6.
Cada vez que, en funciones de conferenciante o en misión política, he ido a Figueras, alta ciudad del Alto Ampurdán, he tenido que reducir mi estancia a unas cuantas horas. Entre las prisas del viaje, he podido saludar viejos amigos y conocer jóvenes amigos nuevos. En el año 1930, en ocasión de una conferencia política, conocimos, entre otros hombres de la joven generación figuerense, Alexandre Deulofeu, que en la conversación que tuvimos se nos mostró como un espíritu selecto, inquieto, apasionado por los estudios políticos y sociales. En el año pasado, después de una conferencia mía de carácter cultural, en la tertulia de amigos que se formó, el estimado Puig i Pujades, cabeza del intelectualismo liberal y catalanista de Figueras, me habló de una obra sobre el problema universal de las naciones, que Alexandre Deulofeu tenía escrita. Aquello fue para mí una bien agradable sorpresa.
Los figuerenses, que son los más característicos representantes del Ampurdán, tienen una fuerte tendencia a la discusión y a la polémica. Son entusiastas, habladores y combativos. Sienten el placer del diálogo y el atractivo de los debates. Los que simplifican demasiado la definición del carácter catalán, presentan nuestra gente como reservada y corta de palabras. Una tal definición dejaría fuera de la catalanidad auténtica los catalanes catalanísimos del Ampurdán, del Campo de Tarragona y de otras comarcas nuestras…
¡Qué polémica de quince voces, la de aquella tarde! Alexandre Deulofeu, con la fe joven de un convencido, exponía las ideas principales contenidas en su libro. Las unas eran aprobadas por aclamación, las otras eran acogidas por una mezcla de adhesiones y disenciones. Yo estaba encantado de ver que aquellos temas de doctrina política y de interpretación histórica, eran planteados y debatidos en una pequeña sala de un casino político comarcal. Y como que el corazón se me iba, tomé parte en la amistosa discusión.
Toda mi simpatía era para aquel grupo de amigos que se apasionaban por cuestiones ideológicas. Y toda mi admiración era para aquel joven figuerense nutrido de lecturas, rico de meditaciones, que había estudiado el problema de las nacionalidades con la noble ambición de encontrar las causas profundas y las leyes fundamentales de la evolución histórica del mundo.
Mi admiración por Alexandre Deulofeu todavía creció al comprobar que era un catalán nacional perfecto y un hombre radicalmente izquierdista. En sus palabras y en sus ideas se rebelaba la plenitud de la conciencia patriótica y el enlace profundo de la concepción nacionalista con la concepción liberal y democrática. De catalanes así, hay menos de lo que parece. Incluso muchos patriotas abnegados y muchos catalanistas literarios y políticos presentan la señal triste que ha dejado en su alma la influencia de los tiempos de desnacionalización. Fue para mí una alegría encontrar en aquella ciudad comarcal un espíritu tan bien formado como el de Alexandre Deulofeu.
—¿Queréis que os tramita el original de mi libro? Me complacería saber qué pensáis— me dijo el joven autor.
Acepté el afectuoso ofrecimiento; y pocas semanas más tarde tenía sobre mi mesa de trabajo el montón de las cuartillas de este libro.
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La catalanidad esencial del autor aparece ya, con un loable atrevimiento, en las primeras páginas de la obra. Su campo de estudio es ampliamente europeo; pero su centro espiritual es Cataluña. Una posición de catalán nacional y liberal, que es como decir de un catalán europeo y universalista. El autor tiene plena conciencia de su posición, y por esto mismo se da cuenta del fallo que en este aspecto presentan todavía un gran número de catalanes de hoy, a través del tiempo y del espacio, a través de la historia y de la geografía, estudiando los siglos sucesivos y los pueblos múltiples, Alexandre Deulofeu piensa en Cataluña, se mantiene en su punto de mira nacional. Ve que hace falta liberar Cataluña, no solamente de la sumisión estatal o política, aún todavía de la sumisión moral encerrada en la fea tara del provincianismo. Todo ciudadano que no es nacional, es provincial. Quien no es señor de sí mismo, es criado de otro.
Consciente y valiente, Deulofeu afirma que es absolutamente necesaria la labor encaminada a desvelar del todo la conciencia nacional catalana. Y declara que «a esta finalidad van dirigidas fundamentalmente» las páginas de su libro.
Yo no he de hacer, en este prólogo, una crítica de la obra interesantísima que Deulofeu ha escrito. En todo aquello que considero esencial, la encuentro excelentemente orientada. Algunos detalles concretos y diversas afirmaciones rotundas me parecen discutibles. Deulofeu, que es un hombre de una gran probidad mental, corregirá probablemente él mismo, más adelante, una parte de sus opiniones actuales. En el análisis de las ideas y en la lección de los acontecimientos encontrará motivos para plantearse nuevamente ante sí los problemas más difíciles, y rectificará, si hay lugar, algunas de las tesis que ahora defiende.
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Uno de los aciertos del autor es el de situar la cuestión de Cataluña en el plano europeo y mundial. Con esto aporta una prueba más del carácter universal de la nación y del valor internacional de las causas patrióticas. Los espíritus localistas y encerrados, los atrasados y los aislados, no son acaso los catalanes nacionales. La Cataluña-nación es un factor de la unidad moral de Europa. La Cataluña-provincia (o la Cataluña-región, que en el fondo es la misma cosa), es una sirvienta doméstica de una nación territorialmente más grande, y no tiene intervención ni personalidad en el conjunto universal de las culturas.
Partiendo, en el primer capítulo de su libro, de la Cataluña-nación, Alexandre Deulofeu llega naturalmente, como por un camino derecho, al problema magno de la Confederación universal. Es la trayectoria lógica y biológica. Una trayectoria de altura. Nunca llegarán tan lejos —ni en el campo de la realidad ni en el del pensamiento— los que parten de la oscura bajeza espiritual del provincianismo o del regionalismo. La Cataluña nacional, independiente en su espíritu, tiene lugar propio en la línea de los pueblos libres, aunque no lo tenga en la línea oficial de las doradas casacas diplomáticas. El verdadero universalismo no es el de la diplomacia. Es el de la cultura y el del espíritu.