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Profeta en su casa.

Alexandre Deulofeu. La matematica de la historia.

Avui. Miércoles, 11 de enero del 2006. Cataluña. Suplemento de Cultura. Adolf Beltran.

Ensayo.

Alexandre Deulofeu. La matemàtica de la història.

Juli Gutièrrez.

Llibres de l’Index. Barcelona, 2005.

Profeta en su casa.

Adolf Beltran.

En sus amenas memorias, escritas por Artur Bladé, el filósofo, escritor y humorista Francesc Pujols, exiliado a Montpeller, defendía el profeta del positivismo, Auguste Comte, de los ataques de un diario que lo había tachado de «neurótico constante y loco intermitente». «A pesar de sus accesos de locura, era un genio que, como todos los genios, deliraba frecuentemente». Pujols se refiere, ya lo hemos dicho, a Comte, que era de Montpeller, pero también habría podido hablar de él mismo como ejemplo de genio delirante. Y igualmente del ampurdanés Alexandre Deulofeu (1903-1978), su compañero de tertulias, farmacéutico, químico, político republicano y «matemático de la historia». Nos los podemos imaginar a ambos en el exilio, en medio de la desgracia, entre tantos compatriotas dedicados a hacerse mutuamente la piel: uno, Pujols, cavilando la ciencia universal catalana; el otro, Deulofeu, en la búsqueda de la fórmula que explicase para siempre la historia de los hombres. Ambos con alguna cosa olímpica y titánica, y a la vez patética, por la distancia entre lo que pretendían y lo que consiguieron. En el caso de Deulofeu, ¿qué se salvó de sus teorías?. Si hacemos caso de la respuesta que recibió de la mayoría de los historiadores académicos, no hay duda: la matemática de la historia es un puro delirio. Si hacemos caso de su nieto, Juli Gutièrrez, que ahora ha querido resumir La matemàtica de la història (La matemática de la historia), nos encontramos ante una obra decisiva para el curso de la humanidad, y de un autor que es, en pocas palabras, una lumbrera como hubieron pocas en el siglo XX.

En Cataluña, como filósofo de la historia o macrohistoriador, Deulofeu es un personaje raro. Hemos de ir más lejos para encontrar aquellos que han sometido a un patrón la historia humana, de Agustín de Hipona y Vico a Hegel, Marx y Spengler, entre los que consideren que la historia progresa y los que ven un vaivén de épocas de crecimiento y decadencia: los lineales y los cíclicos. Deulofeu pertenece a los últimos. Ninguno ni de los unos ni de los otros debe haber ido tan lejos como él en el intento de reducir la fabulosa diversidad humana a un molde, a una plantilla, a una gráfica.

Cada civilización dura exactamente, según su cálculo, 5.100 años, divididos en tres fases iguales que corresponden a la formación, la madurez y la decadencia. Cada fase pasa por dos ciclos: uno de fraccionamiento demográfico y uno de unificación imperial. Tanto vale si es la civilización china, la india, la egipcia, la clásica o la occidental: cada ciclo es calcado. Cualquier imperio, por ejemplo, comienza siendo federal, se convierte en absolutista, sufre un desastre militar, se recupera y llega a la plenitud, decae y es desintegra. En resumen, 550 años. ¿Por cuál razón?. Por la misma razón que un embrión humano, después de nueve meses de gestación, empuja hacia fuera, hoy y hace mil años. La historia no progresa, dice Deulofeu: bascula. En estas oscilaciones hay momentos más o menos brillantes: a Cataluña le tocó ser la cuna de la cultura europea, el origen mismo del románico… El centro del mundo, que Dalí situaba a Perpiñán y Fages de Climent a Vila-sacra, fue, para Deulofeu, en los llanos del Ampurdán y el Rosellón.

La manía pitagórica de Deulofeu es lo más delirante de sus teorías y también lo más vistoso, porque se proyecta en forma de oráculo. Como profeta, Deulofeu es realmente un caso insólito: no se esconde en versículos oscuros, a la manera de Nostradamus, en que, según quien sea el exegeta, tanto puede ser un buey como una vaca… Al contrario, él se explica con prosa clara y con tanta precisión que el lector queda boquiabierto. Si todos los imperios duran 550 años, y el español comienza a contar en 1479, con la ascensión a los tronos respectivos de los reyes católicos, la fecha de su «destrucción» inevitable será el 2029. España se deshará «como un bolado», escribe Juli Gutièrrez, que muestra una gran afición por la vena profética del abuelo Deulofeu. Cataluña se convertirá en una provincia del IV Reich, Inglaterra y Francia se desmenuzarán, los EUA sufrirán una revolución, la China una catástrofe…

La perplejidad del lector aumenta, y llega al grado de estupefacción cuando sabe que en los años 40 Deulofeu vaticinó que ¡la URSS se hundiría y que Alemania volvería a ser una a finales del siglo XX…! «Déu lo féu, i Déu li dicta / que Alemanya serà invicta» («Dios lo hizo, y Dios le dicta / que Alemania será invicta»), se burlaba Fages de Climent. Pla perdía la paciencia con él, con el «farmacéutico de Figueras», y lo tildaba de primario. Encerrado en la rebotica o en su masía, con viajes frecuentes por Europa, Deulofeu proseguía su obra monumental, con la esperanza que los poderosos aprendiesen un día la ley de la historia. No le hacía falta leer el periódico: dice que ya sabía cuales noticias traería.