La matemática de la historia, Alexandre Deulofeu y Anatoly Fomenko.
Apenas acabo de leer, sin interrupción, el libro La matemàtica de la història, Alexandre Deulofeu o el pensador global (La matemática de la historia, Alexandre Deulofeu o el pensador global), escrito por Juli Gutièrrez (2014) en honor a la obra de su abuelo. Estoy nublado de ideas desordenadas, como quien acaba de despertar de un gran sueño que quiere razonar. Y el sueño habla de la historia global de la humanidad, de una manera de entenderla, para comprender el presente como respuesta a un pasado que, siguiendo un proceso cíclico, permite deducir cuál es el futuro que nos espera.
No sé por dónde empezar.
Lo primero que se me ocurre es, haciendo honor al título de este breve artículo, que el profesor Anatoly Fomenko habría disfrutado mucho hablando sobre la matemática de la historia con el profesor Alexandre Deulofeu. El primero es matemático de profesión, el segundo farmacéutico, pero ambos son unos apasionados de la historia y comparten un trabajo común: la han querido entender en su totalidad. Sus motivaciones principales seguro que no tienen nada que ver, pero el resultado es el mismo para ambos. La observación de la historia les ha cambiado la vida, se preguntan el porqué de muchos episodios, y su profundización les da respuestas que quieren compartir. Fomenko ha encontrado patrones, y Deulofeu también. En ambos el estudio es especialmente intenso desde las raíces de la Edad Media, pero abarca la historia de las principales civilizaciones, desde sus orígenes más remotos. Fomenko encuentra la manipulación de la historia, y le encuentra un sentido, y Deulofeu la lógica de los procesos cíclicos que acompañan a las grandes culturas, encontrándole otro complementario, filosofando la historia. Hablan de imperios, del constante proceso de expansión y desplazamiento del poder y de los orígenes y las tendencias de las formas de gobierno que nos han conducido a un mundo mediado por la actividad humana.
Deulofeu decía, recogiendo una cita de su nieto Juli, que «cuando la ley de la historia hubiera llegado al conocimiento de los ciudadanos del mundo, las guerras desaparecerían». Él entendía que esta comprensión se convertiría en una herramienta útil para no repetir los errores pasados, tal como la historia nos muestra con la caída estrepitosa de grandes imperios y civilizaciones. De alguna manera, sigue el proceso de análisis histórico de la lucha de clases que Marx realiza un siglo antes, y que conceptualiza G. V. Plejanov más adelante bajo el nombre de «materialismo histórico». Deulofeu encuentra los procesos comunes a las crónicas de las historias de las civilizaciones griega, india y china, y los procesos equivalentes a los diferentes imperios que surgen de Europa, en especial desde el 1450, coincidiendo con el desplazamiento del poder cristiano proveniente de Constantinopla, que cae en 1453 en manos de los otomanos. Y Juli destaca, especialmente, el traslado de los poderes griegos, provenientes de Egipto, hasta Occidente, que llegan a Cataluña y luego se desplazan a tierras francesas para aterrizar, finalmente, en tierras alemanas. Su relato está integrado dentro de un proceso de creación, desarrollo, decadencia y destrucción cultural que tiende a enlazar a todas las civilizaciones, y muestra los patrones que se repiten, en un ciclo pautado que se repite inexorablemente siguiendo una lógica absoluta, matemática. Por este motivo, para evitar la capacidad devastadora de estos procesos, se pregunta por qué hay que repetirlos, y nos invita a aprender del pasado, para concebir y conducir un futuro mejor. Su horizonte imaginado versa sobre una confederación universal de los pueblos, que al final de su vida (década de 1970) sitúa en el liderazgo de una Argentina que, según él, es la única cultura emergente dirigida hacia la plenitud democrática. Deulofeu considera que la esperanza es un mundo liderado por una renovada cosmovisión de la democracia global capaz de promover la paz en el mundo. Dejó escrito (libro Catalunya i l’Europa futura, [Cataluña y la Europa futura], del año 1934, cita de Juli Gutièrrez en el libro La matemàtica de la història, [La matemática de la historia], de 2014, página 215):
¿Como llegaremos a la confederación universal? ¿Cuál debe ser la futura organización mundial? Evidentemente, una federación voluntaria de pueblos libres, dentro de la cual todos ellos tengan la misma categoría y, por tanto, la misma influencia.
Con estas palabras Deulofeu recoge el espíritu ilustrado del siglo XVIII, donde resultado de un «contrato originario» de todos los pueblos (I. Kant) se erige un ideal cosmopolita que enlaza con el «contrato social» idealizado por J. J. Rousseau, en el que la voluntad general se pone al servicio de todos de forma efectiva. Y, técnicamente, se identifica el espíritu revolucionario de la solidaridad internacional, a medio camino entre la visión comunista y globalizadora de K. Marx y el espíritu anarquista de M. Baukin. Una federación voluntaria de pueblos libres, si fuera posible, tomando de referencia el marco conceptual del «Modelo Mental Global» de L. M. Xirinacs, representa el equilibrio tácito entre la «Globalidad abstracta» y la «Totalidad concreta», entre los principios de Holicitat, Alteridad, Identidad y Totalidad que configuran su esfera conceptual. En esta esfera todo está en equilibrio, en armonía, desde el pensamiento a la realidad que se articula.
Fomenko, en cambio, construye otro «mapa». No es un «mapa de los ciclos culturales» (de Deulofeu, por decirlo de alguna manera), ni un «mapa global de la realidad» (de Xirinacs). El suyo es un único «mapa cronológico global» donde las civilizaciones se fusionan en una única fuente principal, Egipto, y todas ellas se contraen en el tiempo hasta dar el extraordinario resultado de situar el salto del politeísmo grecorromano al cristianismo monoteísta en el siglo XVI. Sí, en el siglo XVI después de Cristo. Los procesos que identifica Deulofeu son visibles y bien reconocidos, pero con la diferencia que el ciclo global que les explica todos ellos es uno principal, a partir del cual surgen todos los que la historia oficial documenta, en un espacio temporal que en bastantes trabajos tiene poco menos de nueve siglos. Deulofeu da por bueno el mapa cronológico oficial que impone el siglo XVI con J. J. Scaliger (y amplía D. Petavius), que dialoga abiertamente con la Biblia. Fomenko lo cuestiona, como lo han hecho varios científicos (y también religiosos), como I. Newton (el eminente científico inglés) o A. Morozov (matemático ruso). Fomenko se hace la necesaria y gran pregunta científica de cuál es el rigor de la cronología oficial (que nadie se hace) y si puede haber motivos para haberla manipulado. Su pregunta no es casual, y nace en 1972, cuando la Royal Society of London encarga a R. Newton (un científico e historiador de la NASA) comprobar si los cientos eclipses solares y lunares citados en las crónicas antiguas se corresponden con la cronología oficial, de acuerdo con los conocimientos del movimiento de los astros y las herramientas que ofrece la incipiente tecnología computacional. R. Newton no encuentra ninguna coherencia, pero Fomenko, incorporando el factor de la manipulación del tiempo, según el procedimiento de su compatriota A. Morozov (que recupera gracias al acceso a la biblioteca de la Universidad Estatal de Novonosov, en Moscú, donde trabaja), encuentra saltos cronológicos que, situados en un nuevo mapa cronológico global, da como resultado una historia antigua sobrepuesta con la Baja Edad Media (siglos XI-XV), hasta el siglo XVII. Fomenko sigue trabajando intensamente hasta la actualidad, y recibe, como Deulofeu (o quizás más), una fuerte resistencia del mundo académico. Desde Rusia, promueve una nueva cosmovisión del pasado que tiene que ver con la historia de las repeticiones de la historia antigua que identifica en Deulofeu, pero le da otro sentido: indica que se trata de repeticiones artificiales de episodios ocurridos entre los siglos XII y XVII, que son trasladados al pasado por razones de poder simbólico. Sin embargo, hay más similitudes.
Curiosamente, Deulofeu indica que alrededor del 2000 acabará el imperio de Moscú (que inicia en 1450), lo que se confirma con la caída del bloque soviético (en la década de 1990), dando lugar al inicio de una nueva etapa donde aparecerá un renovado sentimiento religioso que su nieto Juli no acaba de identificar. Curiosamente, Fomenko documenta intensamente el inicio de la reconstrucción de Rusia en 1450 y nos da motivos para comprender que, tras un proceso comunista que ha debilitado enormemente la ortodoxia cristiana rusa, puede aparecer una nueva religión que no será un nuevo Dios, sino una respuesta científica a la etapa final de la comprensión de la actividad humana que nos ha llevado donde estamos ahora. El «nuevo mapa cronológico global» de Fomenko puede ser (quien sabe) la clave de la comprensión de la historia que Deulofeu identifica con el camino hacia una paz mundial, en la que Dios dejará de ser lo que promueven los libros sagrados. El verdadero Jesús será descubierto y (siguiendo la búsqueda de Fomenko) se unirá con el Buda y el Krishna (reflejos los tres de un mismo imperio original), en honor al inicio de un linaje imperial custodiado por Egipto hasta el siglo XIX (y mantenido en secreto hasta el XXI). En este proceso revelador, Cataluña se convertirá libre (tal y como pronostica Deulofeu), y derribará su pasado condal para enmarcarlo en el pasado de un imperio ahora fragmentado, que tiene nombre catalán desde, probablemente, el siglo XV, desmitificando a su vez los iconos de María Magdalena, San Juan Bautista y el Papa de Roma.
Dedicado a la Dolors, al Brauli y Juli, por este orden, y al grupo reunido en Can Deulofeu, cerca de la capilla de Sant Nicolau, en Ordis (Girona), el 19 de agosto de 2017.
Andreu Marfull.
Lunes, 21 de agosto de 2017.
Enlace de la página original en catalán:
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