Del polifónico imaginario de Alexandre Deulofeu (VI).
Nosaltres, tots junts, vencerem.
Juli Gutièrrez Deulofeu
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Nosotros, todos juntos, venceremos.
Era un 8 de junio de un ya un poco lejano 1963. Una fecha que se ha convertido en histórica. Probablemente ya lo era antes que este título le fuese otorgado. Lo fue desde que sonaron las primeras notas, desde que el fraseo de su banjo rompió el silencio arrancando los aplausos primeros de aquella velada mágica. Era un Concierto que tuvo lugar en el Carnegie Hall. Oficiaba Pete Seeger: «No os puedo decir cuales canciones cantaré, porque ni yo mismo lo sabré hasta que me encuentre arriba del escenario». Fueron viejas canciones, interpretadas por un «banjo» casero. Canciones que ya habían sido cantadas antes, por otras voces, canciones que se cantarán siempre. Cinco cuerdas que sentían y transmitían aquello que sus dedos que se movían arriba y abajo querían expresar. Pero también había canciones nuevas, nuevas ideas que hacía falta incorporar a un imaginario colectivo, que él esperaba que llegase a ser global. Una gran comunidad de hombres y mujeres, una gran comunidad de seres humanos libres y respetuosos con el prójimo. En esta bien entendida comunidad no pueden faltar canciones dichas en lenguas extrañas, pero claro, aprendiendo la lengua de otros hombres, también aprendemos algo de su espíritu. Seeger no lo podía expresar mejor «Descendemos de un grupo de gente que habló muchas lenguas maravillosas y, por lo tanto, no hay ninguna razón para olvidarlas». ¡La máxima de la diversidad!. ¡Qué pena que hoy solamente se defienda, y ahora tan mal, la biodiversidad aplicada al medio ambiente!.
En aquél concierto Seeger se despedía de su público americano. Iniciaba una gira por el mundo, pisaría Australia, el Japón, el Mediterráneo y la Vieja Europa. También la India y algunos de los nuevos estados africanos. El motivo era muy sencillo. «Aprender más sobre los miles de millones de seres humanos que comparten este globo; aprender de su pasado y su presente y conocer sus aspiraciones futuras». También aspiraba dar a conocer otra cara de América y a acabar cada concierto con una palabra, una palabra dicha en cada una de las lenguas habladas por todos los humanos del globo. La palabra era paz. «Todos por la paz, la libertad, trabajo para todos, suerte…». Pero en este pensamiento global también había lugar para preservar la tradición, aprendida de sus padres, a amarla y para conseguir que los demás la respetasen y la amasen también. Todo esto pasaba en el año 1963. A punto de empezar el verano.
Otro verano. Este verano, en el mas de Ordis. Sentado bajo la sombra de cedros del Líbano, Cipreses de Monterrey, todos ellos centenarios, en una plaza ante la casa, de fachada blanca y tejado rojizo. Ventanas y puertas verdes. Todo un collage, alejado del clasicismo imperante. Esta casa vieja, muy vieja; en el dintel de la puerta, dintel hecho con piedra calcárea, tiene el testimonio de millones de años de historia. Llena de asilinas y nummolites, regalo y recuerdo de unas aguas que parece que hace millones de años llegaban hasta la «Meseta». Zonas endorreicas, sin salida al mar, hasta que un día debido a la presión de las placas africana y euroasiática la Península Ibérica tuvo que adaptarse a la nueva situación, y basculó hacia occidente. Las aguas retrocedieron, pero de aquellas épocas prehistóricas restaron los fósiles del dintel de la masía Deulofeu. Mas Pagès, decían hace más de más de trescientos años. De 1674 es la inscripción… La masía era, cuando Deulofeu la compró, una ruina. De la compra dieron fe el Notario Dalí, el padre del pintor. Era el año 1934, adquisición importante como el tiempo se encargaría de demostrar. Bien pronto la puso en pié otra vez y la vida regresó. Pocos meses después estalló la Guerra Civil y la familia Deulofeu se refugió. Y allá se encontraba Deulofeu cuando Jaume Ros, un campesino vecino de Ordis le dijo que se habían sublevado unos facciosos contra la República… Deulofeu corrió hacia el Ayuntamiento. Comenzaba un largo calvario para mucha gente inocente y comenzaba una fase histórica para Cataluña que actualmente bien pocos catalanes han entendido. Imagino, por lo que decían los papeles de la época, que la sociedad catalana era una sociedad llena de vida, activa, orgullosa, que amaba el país y la lengua. Lo imagino, pero no estoy demasiado seguro. La sociedad catalana de entonces, como la de ahora no supo hacer piña. Hay un hecho lamentable que Deulofeu cita en sus memorias. La división de los catalanes, las peleas que se repiten en Francia cuando lo que hacía falta era ir todos juntos y derrocar al dictador. No nos hacían falta los aliados, solamente hacía falta que nosotros creyésemos en nuestra fuerza. Pero no creíamos suficientemente, quizá porque ya no teníamos demasiada. Y la poca fuerza que teníamos, que tenemos, la hacían, la hacemos servir en una dirección equivocada. Hoy los jóvenes, catalanistas, independentistas, progresistas, ellos, queman fotos del rey. Un rey, que supo parar el último «pronunciamiento» del siglo y que probablemente, pocas horas antes, como dicen que siempre ha hecho, ejercía de perseguidor de señoras subido de su moto en la isla de Palma. Deporte que no es olímpico, pero que podría serlo perfectamente. Mientras estos jóvenes queman fotos del monarca, el juez Garzón, ejemplo de ecuanimidad y de respeto a la libertad de escoger y de opinión, encarcelaba unos cuantos dirigentes de la cúpula de Batasuna, muy probablemente como respuesta al deseo de Ibarretxe de llevar a cabo un Referéndum. La respuesta no se hizo esperar, y Batasuna augura guerra. Y Garzón tan tranquilo. A él nadie le quema las fotos. Nadie se atreve a decir nada. Y saben, de aquí pocos años, que el Estado español ya no existirá. Y entonces sabremos quien se equivocó. Prácticamente, todos. Prácticamente todos caminando en una dirección equivocada. Y es que solamente, todos juntos, solamente todos juntos, venceremos.
Juli Gutièrrez Deulofeu.
Publicado en el Setmanari de l’Art Empordà (Semanario del Alto Ampurdán).
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