Del polifónico imaginario de Alexandre Deulofeu (IV).
Sobre la decadència d’Occident, un festival de l’esperit
Juli Gutièrrez Deulofeu
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Sobre la decadencia de Occidente, un festival del espíritu.
De alguna manera, Deulofeu, fue por la vida a contracorriente. Este rasgo, característico, se iba acentuando a medida que el devenir histórico se entestaba en caminar de la mano del farmacéutico. Lo que es sorprendente y destacable es que ya de bien jovencito, cuando Europa y su área de influencia parecían dejar atrás la pesadilla de la Primera Guerra Mundial, Deulofeu anunciaba la grave enfermedad que padecía Occidente.
En el año 1929 se estrenaba lleno de optimismo. Habían pasado quince años y las heridas, profundas, causadas por la conflagración mundial comenzaban a curarse, al menos, esto es lo que proclamaban aquellos que mandaban en el mundo en aquellos días. De hecho, y esto es innegable, la producción de materias primas y alimentos superaba en un 20 por ciento las cifras de 1914. Bien mirado un triste uno y pico anual, pero como siempre la propaganda vende las cosas como quiere. De hecho la sociedad, satisfecha, subía al carro del optimismo. Un carro económico del que tiraban con fuerza Alemania y los Estados Unidos. Efectivamente, la Alemania de Hindenburg gracias a la racionalización del sistema productivo volvía a estar presente en todos los mercados y en los EEUU, el presidente Hoover eufórico, irracionalmente eufórico, animaba a los ahorradores americanos a jugársela en Wall Street. Y Barcelona, también, se añadía a esta dulce etapa y se convertía en la sede de la Exposición Internacional del 29. Florecitas por todos sitios.
Mientras tanto, en nuestra casa, la publicación «La Dansa més bella» («La Danza más bella»), portavoz del fomento de la sardana dedicaba parte de su contenido a explicar el ágape de compañerismo que un grupo de amigos dedicaba al joven –solamente veinticinco años– intelectual Alexandre Deulofeu. Era un sábado, el que caía en el nueve de marzo de aquel año. El motivo del mismo era la consecuente consagración del éxito que consiguió unos días antes en su última conferencia dada en el Atenea bajo el título de «La decadencia de Occidente».
Premonitorias, profundas palabras de Deulofeu. Siempre capaz de escarbar y encontrar bajo la epidermis el substrato real de los espejismos en que una y otra vez decidimos sumergirnos.
Pocos meses después se cumplían los peores augurios. La orgía especulativa anunciaba su catastrófico final. Wall Street se hundía. El día 24 de octubre 13 millones de dólares en acciones se tiraban al cubo de la basura. Comenzaba la peor crisis económica de la historia. Ya nada volvería a ser igual en los EEUU.
En Alemania se anunciaba también el peor de los holocaustos. La agitación electoral hervía por encima de cualquier forma de racionalidad. El canciller Hindenburg no puede conseguir una prórroga de su mandato. Hitler se niega rotundamente y anuncia que él mismo será candidato a la presidencia –23 de enero de 1932–. En esta campaña electoral los partidos ya no cuentan. La lucha está en la calle, en las fábricas, en el campo, entre cuatro grupos de fuerzas organizadas y armadas. El frente rojo, el bloque comunista con más de 350.000 hombres dispuestos para el combate y un millón de simpatizantes. En el otro extremo el frente pardo, el bloque nacionalsocialista, organizado en unidades militarizadas, destacamentos de asalto, formidable ejército político de 400.000 hombres bajo la autoridad del Führer. En el medio el frente de hierro, los defensores de la democracia, y el frente gris, el bloque de la reacción conservadora y tradicionalista. Un año más tarde, el 30 de enero de 1933, Hitler acepta la misión de formar Gobierno. La revolución nacionalsocialista no hacía más que comenzar.
El paso del tiempo nos permite ver como incluso detrás de la Exposición Universal de Barcelona se escondían las fuerzas que marcan el camino de la historia. Y como los actos esconden realidades impensables. La exposición trajo miles de visitantes y convirtió Barcelona en una gran urbe mediterránea, cosmopolita y con dos atalayas bien definidas: el Tibidabo y Montjuïc. Lo que quizá muchos desconocen es que con motivo de la dicha Exposición, el general Miguel Primo de Rivera durante su dictadura hizo derribar, en el 1928, las cuatro columnas catalanas de dos metros de diámetro y veinte metros de altura coronadas con capiteles de estilo jónico proyectadas por el arquitecto Josep Puig i Cadafalch y levantadas en la montaña de Montjuïc en el año 1919. La razón, como explica Jordi Salat en el su libro «Les quatre columnes catalanes» («Las cuatro columnas catalanas»), es muy sencilla: porque eran un símbolo catalán y haciéndolas derribar los miles de turistas mencionados se quedaban sin ver uno de los emblemas más significativos de Cataluña y, por lo tanto, se diluía un poco más la cada vez más débil realidad nacional catalana…
…Aquél sábado, nueve de marzo, a pesar de los oscuros presagios que anunciaba el oráculo deulofeliano, una cincuentena de comensales se reunieron en el Hotel Comerç para gozar de un espléndido menú. Menú, celebrado y elogiado por todos los comensales entre los cuales había, según explicaron los presentes, una interesantísima representación femenina. Aspecto éste por lo que parece suficientemente importante, ya que el mismo cronista remarcaba la presencia de simpatiquísimas señoras que acompañaban al homenajeado en la mesa presidencial. Imagino que en aquellos momentos sería idónea la música que Jorge II encargó a Haendel para celebrar el tratado de Aquisgrán, la conocida como «Música para los Reales Fuegos Artificiales». Por suerte y a diferencia de lo que pasó el día del estreno de la dicha composición, –se prendió fuego en una parte de las construcciones edificadas para las celebraciones–, al llegar a la hora de los brindis, y quizá para aparcar aquella euforia que amenazaba con encender las pasiones de los presentes, decidieron suprimirlos y substituirlos por la lectura de páginas literarias originales de algunos de los asistentes a la fiesta. Àngel Trèmols, Ernest Galter, R. Xifra, Joan Subias, Joan Moner, presidente de Atenea, y Puig Pujades consiguieron entusiasmar al resto de comensales que los escuchaban y, para acabar, el homenajeado coronó las lecturas con unas espirituales cuartillas de agradecimiento por el homenaje de que era objeto y que lo aceptaba solamente porque creía querer animarse con esta fiesta, a toda la juventud que trabaja.
Prolongados aplausos acompañaron las últimas palabras de Deulofeu. De esta manera se acababa este, podríamos decir, «festival del espíritu», pasada ya la medianoche, entre la satisfacción de todos los asistentes.
Juli Gutièrrez Deulofeu.
Publicado en el Setmanari de l’Art Empordà (Semanario del Alto Ampurdán).
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