Del polifónico imaginario de Alexandre Deulofeu (I).
Juli Gutièrrez Deulofeu
Un papel en blanco a la espera de veinticuatro crónicas, historias, reflexiones… Como trasfondo, ahora, la Música acuática de Haendel. George Friedrich la compuso hacia el 1715 para amenizar los paseos fluviales del rey. El rey, y su familia, embarcados por el Támesis, remontando el río hacia Chelsea. Al costado y durante el paseo, en otra barca, cincuenta músicos interpretan la partitura. El trayecto se ve, de esta manera, envuelto por una atmósfera de majestad y alegría profunda. El rey no sale de su asombro y manda que la música fluvial sea repetida tres veces seguidas. ¡Bravo, bravo, y bravo!.
Hace pocos días recuperaba una vieja película de súper 8. En el montaje sonoro de la misma se escucha la pieza musical antes citada. En las imágenes, una precaria embarcación surca las aguas de la maltratada riera del Alguema. El improvisado operador era Paco García, el colono de la masía Deulofeu, de Ordis. Las tomaba des de las colinas que rodean un pedazo de tierra llamado «La Closeta» que enamoró al farmacéutico de la Plaza de la Palmera hasta el punto que le dedicó una composición poética que podemos leer en sus Memorias. Este poema lo originó la tristeza, la añoranza que le acompañaba a todo hora desde el exilio. Bien, supongo que el lector habrá adivinado que el intrépido marinero que surcaba las aguas de la riera del Alguema, no era el rey de Inglaterra, sino el que será protagonista de nuestras historias al que, también le sentaría bien algún título, aunque no sea nobiliario, no olvidemos su adhesión a la causa republicana. Por ejemplo, el de patriarca del románico ampurdanés. Está claro, hablo de Alexandre Deulofeu i Torres. Seguro que aquel día la atmósfera también se envolvía de algo trascendente. Imagino a Deulofeu entre golpe de remo y golpe de remo, dirigiendo la embarcación a buen puerto y repensando las soluciones de las incógnitas de su teoría histórica. Curioso personaje, este boticario.
Sigo rebuscando en la memoria, frecuentemente demasiado olvidadiza y me ayudo de papeles y recortes, no suficientemente bien ordenados y encuentro, otra referencia musical que puede ayudar a comprender un poco más el talante, libre pensador de Alexandre Deulofeu. Debía ser por el año 1935, una nota de la prensa de la época resaltaba que en un concierto que tuvo lugar en la Escuela de Artes y Oficios Clerch i Nicolau, y tomó parte, entre otros, el alumno violinista Agapit Torrent, de 12 años, el cual, por cierto con gran maestría ejecutó la «Fantasía de Mignon». Continuaba el cronista citando la participación en el concierto de despedida del curso de los profesores Señores Ricard Pichot, viola, Enric Sans y Alexandre Deulofeu, violines, que, acompañados por la señorita Margarida Gratacòs de Massot, ejecutaron un lucido programa. El hecho destacable era que Alexandre Deulofeu ejercía entonces de consejero de cultura en el Ayuntamiento y de profesor de física y química en el Instituto Ramon Muntaner, además de ayudar de tanto en tanto a su padre en la farmacia. Pero en el fondo, primaba por encima de todo su preocupación por entender los porqués acerca de todo. Para conseguirlo hacía falta cargarse a las espaldas una labor ingente, mas propia de un gigante que no de un espíritu que se resguardaba bajo un cuerpo más que escuálido. De hecho aspiraba a mucho, había de aspirar con el paso del tiempo a llevar la paz al mundo a partir de su teoría filosófico-histórica, La Matemática de la Historia. Sus alumnos del Instituto Muntaner lo definían como un profesor despistado. De la memoria de Joan Gratacòs recuperamos una anécdota inverosímil. Como tantas otras que envuelven la leyenda de Deulofeu. Una de sus infinitas pasiones, era su masía de Ordis, no se podía resistir a ir. Cualquier excusa era buena, le hacía falta pues, aprovechar todos y cada uno de los momentos de su aparentemente caótico día a día, arañando espacios que se convertían en eternos. Pero claro, estas apreturas horarias provocaban que con frecuencia tuviese de volver atropelladamente al instituto. Sus entradas en la clase provocaban la hilaridad de los alumnos, cuando lo veían aparecer con los pantalones arremangados y los zapatos llenos de barro. Era, podríamos decir, el talante Deulofeu. Pero no querría caer en la trampa. No lo querría poner fácil a los detractores, muchos, de Deulofeu. La polifónica actividad de Deulofeu era prodigiosa, de hecho en medio de una generación de ampurdaneses inolvidables brillaba con luz propia, pero he aquí que había de sufrir de aquello que Fernando Garrido se quejaba tantas veces, del trato –o del no trato– que dispensaron a los viejos luchadores, los nuevos políticos desde 1975. Y sin duda, y todavía, sin ninguna explicación convincente, inteligente, razonada, Deulofeu continúa siendo tratado, en el mejor de los casos con un exceso de conmiseración, con un temor casi enfermizo, con un miedo exagerado. ¿Porqué?. Muy probablemente, por no decir del todo seguro, por la incapacidad de entender, de asimilar, un ideario, un imaginario, tan complejo, como preciso, tan sencillo como, aparentemente caótico. El pensamiento, cuando es libre, ha hecho siempre daño. Antes y ahora. Las cotillas ideológicas y sectarias provocan la ceguera y la imposibilidad de expandir la conciencia. La libre interpretación del hecho existencial choca, y más ahora con la tutela, brutal, por parte del Estado de todas las actividades, de los vicios, de las pasiones de los ciudadanos que se consideran libres, resguardados bajo el demacrado, decadente y olvidable mundo occidental. Un Estado, el papel del cual parece irremediablemente en crisis. Deulofeu ya nos avisó del irremediable otoño de nuestra sociedad. Pero el silencio fue la respuesta. Ahora pues, no nos ha de extrañar la histeria colectiva que se instaura en las Españas ante la presentación de un Estatuto que por poca cosa se convierte en irrelevante, o por las exclamaciones de los políticos y ciudadanía franceses ante la legitima revuelta, si queremos inconsciente, si queremos que no sabe a donde va, si queremos que no resolverá nada, de las «banlieues» francesas. Y aquí, los cuatro visionarios de turno pronosticando apocalipsis imbéciles. Todo vuelve, y Francia ha de pagar todavía los crímenes horribles de la guerra de Argelia. Y mientras Corea del Norte amenaza a los EEUU, la canciller Merkel, se da cuenta que el tiempo del federalismo alemán toca a su fin, y decide cambiar la constitución, recortando poder a los landers, y así, poco a poco, paso a paso el oráculo deulofeuliano se precisa más y más.
Caramba, ojalá que todos los sabios, intelectuales, moralizadores actuales fuesen capaces de llegar a sus trabajos con los pantalones arremangados y los zapatos sucios de barro.
Juli Gutièrrez Deulofeu.
Publicado en el Setmanari de l’Alt Empordà (Semanario del Alto Ampurdán).
30 de Octubre del 2006.
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