La Vanguardia. Sábado, 21 de febrero del 2009. Cultura. Página 33.
Isabel-Clara Simó revisa su andadura vital con una serie de retratos ajenos.
La autora habla de su trayectoria y de su oficio en «Els racons de la memoria»
Rosa Maria Piñol
Barcelona.
Este nuevo libro («fue un encargo del editor Fèlix Riera») tiene mucho de autobiográfico, porque en él la escritora repasa, aunque sin voluntad exhaustiva ni cronológica, su trayectoria vital, haciendo especial hincapié en las personas —fundamentalmente del mundo literario y cultural— que más huella le han dejado. «No me gusta hablar de mí, y de hecho no he incluido confesiones subjetivas, salvo en dos o tres casos, porque habría resultado falso omitirlas. Pero lo más importante para mí era rendir homenaje público a tantas personas de enorme inteligencia que han marcado mi vida», explica Simó.
La vivencia más íntima que evoca es la muerte hace tres años en accidente de su hijo Xavier. «Dudé en incluirla —dice— porque pensaba que convertir este dolor personal en materia literaria era como una falta de respeto. Pero callarlo habría sido falsificar mi vida. Por eso opté por el show, don’t tell, por explicarlo de un modo distanciado».
Pero el hilo conductor del relato son los breves retratos que traza de una larga nómina de personas, a su paso por los lugares donde ha vivido: Alcoi, Valencia, Figueres —donde con su marido Xavier Dalfó se embarcó en la aventura del semanario Canigó— y Barcelona. Josep Pla, Dalí y Gala, Joan Fuster, Manuel Sanchis Guarner, Jaume Miravitlles, Ricard Salvat, J.V. Foix, Maria Aurèlia Capmany, Alexandre Deulofeu, Frederic Marès, Maria Àngels Anglada, Ovidi Montllor, Montserrat Roig… son algunos de los personajes que evoca.
Compromiso y necesidad. «He escrito sólo en mi lengua, por patriotismo, sí, pero sobre todo por necesidad», dice Simó. Foto: Ana Jiménez.
No esconde que Fuster ha sido «la persona más importante» en su vida, ya que «a través de él y su grupo en la universidad descubrí la lengua valenciana». Reivindica a figuras que en su opinión han quedado injustamente «arrinconadas», como Espriu o Salvat. Y lamenta el «injusto desprecio» con que críticos como Joaquim Molas, Joan Ferraté o Pere Gimferrer trataban «a tantos escritores de este país». De Jordi Pujol ofrece un retrato ambivalente: una figura «con grandeza política y hombre de Estado, a la que falta grandeza humana». Y desvela un episodio «amargo»: «Entonces él era banquero y ayudó económicamente a Canigó. Pero luego, alegando que había pagado sobradamente el precio, quiso quedarse con la cabecera de la revista».
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