El Punt. Domingo, 27 de marzo del 2005. Cultura-espectáculos. Página 43.
Un estudio sobre Deulofeu resucita la teoría de que el Ampurdán es la cuna cultural de Occidente.
El nieto del historiador, Juli Gutièrrez, analiza su pensamiento original, profético y todavía mal conocido.
Eva Vàzquez. / Figueres.
Alexandre Deulofeu (Armentera, 1903-Figueres, 1978) había estudiado farmacia y química, pero en la solapa de alguno de los libros que se autoeditó figuraba como historiador y violinista, un perfil bipolar que explica su imagen dividida entre la ciencia y el fervor. Su nieto, Juli Gutièrrez, acaba de publicar a Llibres de l’Índex uno de los pocos estudios consagrados a este sabio singular y profético, Alexandre Deulofeu. La matemàtica de la història (Alexandre Deulofeu. La matemática de la historia) en el cual reformula la teoría de los ciclos históricos desarrollada por este erudito autodidacta, y sus sorprendentes vaticinios, a la luz de los grandes acontecimientos políticos del mundo contemporáneo.
Desde la rebotica de la farmacia donde despachaba, en Figueres, Alexandre Deulofeu, concibió muchas de sus teorías. / Familia Deulofeu.
Si la vuelta de cañón, tal como sostenía Alexandre Deulofeu, es el elemento que singulariza la arquitectura románica y, pues, el nacimiento de la civilización occidental tal como la hemos heredado, la fecha fundacional no podía fijarse como habían estado haciendo los historiadores hasta aquel momento en el siglo XI, sino mucho antes, entre el VIII y el IX, y no en la Lombardía, deslumbrada todavía por la cubierta plana y la pintura sin relieve ni contorno, sino en el Ampurdán y el Rosellón, y en su muestra más deslumbrante, el monasterio de Sant Pere de Rodes. Es desde Cataluña, pues, y en especial del Ampurdán, según este exalcalde republicano, que se propaga «el nuevo proceso civilizador de Europa».
Con un entusiasmo deslumbrante que parecía a propósito para que lo cualificásemos de Nostradamus del Ampurdán, Deulofeu solía exponer sus descubrimientos a los amigos que acudían a la rebotica de la farmacia que regentaba en Figueres o en la masía familiar de Ordis, donde pasaba las horas que no despachaba medicamentos concibiendo sus fabulosas teorías y explorando sobre el terreno los datos que la intuición le procuraba. Pero ninguna de sus indagaciones no encontró repercusión en la comunidad científica de su tiempo, espantada ante una obra que ponía en crisis la historiografía precedente y que amenazaba de dinamitar los fundamentos sobre los cuales se alzaba el inexpugnable edificio académico. Pero el caso es que las investigaciones de Deulofeu, que entroncaban con las de Oswald Spengler y Arnold J. Toynbee, anticipaban en gran manera las que años después defenderían, sin nunca citarlo, George Duby, Marcel Durliart, Pierre Riche o Pierre Bonassie.
Juli Gutièrrez ha escrito Alexandre Deulofeu. La matemàtica de la història (Alexandre Deulofeu. La matemática de la historia) con el apasionamiento propio del nieto que admira la obra del abuelo y con la seriedad exigida por el análisis de un pensamiento que vulnera toda ortodoxia y, pues, que corre el riesgo de ser calificado de iluminado. Así, con rigor y convencimiento, expone el gran descubrimiento de Deulofeu: que todas las civilizaciones, desde el tiempo de los sumerios, seguían unos procesos biológicos perfectos que, sumariamente, se puede decir que tienen una duración de unos 5.100 años, repartidos en tres ciclos, el segundo de los cuales es el de más esplendor creativa, y en fases sucesivas de fragmentación demográfica, imperialismo agresivo y disgregación y decadencia. Esta ley matemática, desarrollada por el historiador figuerense en 1948, demostró que era suficientemente infalible para aventurar predicciones a largo plazo, como ahora la reunificación de Alemania, la caída del imperio soviético, la evolución imperialista del norteamericano o la expansión de la China y su colapso inminente mucho antes que ningún indicio lo hiciera prever. Estas valoraciones solas, según Juli Gutièrrez, bastarían para revisar la obra completa de Deulofeu, hoy inencontrable, aunque solamente fuese para recordar que, así como la matemática de la historia corrobora que todos los imperios, como los cuerpos vivos, «llevan a dentro el germen de la desintegración y la catástrofe», también permite aventurar que «la aceptación de sus leyes cíclicas permitiría a los pueblos regir su existencia y avanzar en la paz mundial».