La Vanguardia. Martes, 9 de enero de 1968. Página 35.
Genio y figura de Alexandre Deulofeu.
El románico en el Ampurdán.
El pulso de la Historia. – Origen de un estilo. – Música y ciencia. – Muchos libros en pocos años. – Revalorización de Sant Pere de Roda y otros monumentos gerundenses.
Alexandre Deulofeu es uno de los hombres de nuestro tiempo que se ha interesado mas por el arte románico, con abnegación, sin esperar nada, incluso sin esperar que sus libros se vendiesen. Le basta haberlos escrito.
El profesor Deulofeu no ha recorrido los caminos trillados; no ha seguido tal o cual tendencia historiográfica o científica. Ha investigado sobre el terreno, no importándole un comino ni el tiempo ni el dinero empleado. Por fin, hoy su nombre se ha universalizado. Podría dar conferencias en distintos puntos de Europa y también de América. Sus obras se han leído en Méjico, en Venezuela, en Colombia, en Argentina o en Uruguay, tanto o mas que aquí, pese que la mayoría de sus libros están agotados. Asimismo se han ocupado mucho de sus libros las publicaciones periódicas italianas, y sus obras se han comentado desde las páginas de la prensa nórdica.
Por fortuna, pues, Alexandre Deulofeu no es un desconocido. Se trata de un espíritu original, tenso, ardiente, exaltado a veces, apasionado y constructivo. Dejó de lado los escarceos políticos de su juventud y ahora, sin notar apenas la carga de sus sesenta y tantos años, trabaja con el ardor y el entusiasmo de un joven.
Su personalidad científica
Creo que es una de las personas más dignas de aparecer en los papeles, pues Alexandre Deulofeu representa una lección de vitalidad creadora, al margen del aplauso fácil y de los resultados inmediatos. Para él los años se cuentan por siglos y la cosas próximas no le afectan, ni apenas le atañen. Ha creado una o varias teorías audaces y asombrosas, ha sido algo así como un vidente de la historia, y algunas de tales teorías han resultado extraordinariamente certeras. Se ha escrito mucho sobre Deulofeu, pero creo que continúa siendo un personaje del que se desconoce también mucho.
Don Alexandre Deulofeu es un auténtico pozo de ciencia. Ese hombre que manipula el pulso del reloj de la Historia –la frase es de Manuel Brunet–, sabe una infinidad de cosas. A raíz de sus teorías sobre el románico, cuyo origen fija en Cataluña, alguna voz, más en sordina que a grito pelado, habló de un pretendido autodidactismo. Ello no es cierto, Deulofeu es doctor en farmacia y en Ciencias Naturales, profesor, y aún creo que tiene algún otro título académico. La Historia, la Arqueología, han venido después. Estas ultimas disciplinas las profesó en la Universidad de Montpellier, tan cara a los catalanes ya en los días esplendorosos de Ramón Llull. Muy joven aún Deulofeu dirigió el Instituto de Segunda Enseñanza de su ciudad natal: Figueras, lo que implica que pueda aplicársele el título de profesor.
La enorme masa del viejo cenobio de San Pedro de Roda, asentado en uno de los parajes más interesantes y espectaculares de la Costa Brava y, según Alexandre Deulofeu, cuna del arte románico.
Sus conocimientos, puestos en juego en sus obras de concepción científica audaz y de teorías históricas atrevidas, demuestran la vastedad de tales conocimientos. En cierta ocasión nuestro común amigo Manuel Brunet, entonces en funciones de crítico de Deulofeu, apostilló, refiriéndose a su «Matemática»: «Manipula el autor tanta cantidad de sustancia histórica que, a pesar de la claridad del estilo, el vértigo es inevitable».
Hace unos meses, antes de que una enfermedad nos vapuleara de lo lindo, fuimos a Fígueras a saludar al autor de «La Matemática de la Historia», de la cual acaba de aparecer una traducción en catalán.
El historiador en su ambiente.
Deulofeu tiene una farmacia en la calle Monturiol. La rebotica aparece atestada de libros de historia, de arte, de filosofía –apenas literatura propiamente dicha– y botellas, periódicos, cuartillas, específicos, una máquina de escribir, bombonas y paquetes de algodón hidrófilo. Todo muy limpio. El clásico desorden ordenado. Deulofeu se mueve dentro de aquel mundo diverso y dispar como Pedro por su casa, ostentando el hábito de su carrera: la bata blanca.
Una de las torres de San Pedro de Roda. Ha sido cuidadosamente restaurada y muestra, graciosa, toda su original belleza.
–No está en la farmacia –nos informan–. Tendrá que buscarlo en el «mas», o bien en casa de Fort de Ribot. Lo encontrará usted tocando. Hoy es día de música.
Otra faceta de las sorprendentes actividades del profesor Deulofeu es la música, acaso una de las más acusadas en él. Su «hobby» son las labores del campo, las faenas propias de un payés. A pesar de su corpulencia –es un hombre alto y fuerte– y de esas labores que encallecen las manos, toca el violín como los ángeles. Durantes algunos años adversos que estuvo lejos de su hogar, Deulofeu se ganó la vida –y no me parece mal–, tocando de aquí para allá en el sur de Francia. De esa larga estancia le vino el conocimiento profundo, exacto, del románico del Rosellón, del que ha redescubierto ejemplares que incluso muchos franceses desconocen.
En música, como en otras manifestaciones artísticas, Deulofeu se queda con los clásicos. Con un grupo de figuerenses, cada vez más reducido, cultiva la música de cámara, especialmente de los siglos XVII y XVIII: Tartini, Vivaldi, Bach –¡sobre todo Bach!–, Mozart, Boccherini, Pergolesi, Corelli…
La calle de Monturiol es bastante corta, ancha, despejada y alegre, feliz, venteada por la tramontana. Es breve, pero en ella han nacido figuras que encarnan el espíritu, la fuerza, las virtudes, y también la exaltada fantasía del Ampurdán: el inventor del submarino, Narciso Monturiol; el pintor Salvador Dalí; el poeta Fages de Climent, cantor telúrico de las brujas de Llers, y del zapatero de Ordis, y, finalmente, Alexandre Deulofeu, que examina con mirada de biólogo el largo proceso de la historia, los ciclos que se encadenan, los hechos que se repiten y que aporta en el estudio universal del estilo y el arte románico unas teorías totalmente nuevas y aptas para la discusión y la polémica.
Los «hobby» del profesor.
A Deulofeu se le puede hallar con frecuencia en su «Mas», que dista unos pocos kilómetros de Figueras. En él hay muchos árboles, encinas y pinos, un verdadero bosque. Pero no creo que Deulofeu haya cortado jamás un árbol de su propiedad, dada su idiosincrasia y el respeto que tiene para toda cosa viva. Le gusta trabajar la tierra, sembrar, renovar la fecundidad de sus bancanales, La luz del nuevo día ya pilla a Deulofeu en el «Mas». El mismo–tiene una gran habilidad manual– se ha creado los aperos de trabajar, una herramienta curiosa que le permite sembrar cómodamente sentado. En los huertos, allí donde labora con las manos para dejar limpio el cerebro y el juego incesante de sus pensamientos, hay diversos árboles frutales. En ellos, Deulofeu tiene instalados transistores o pequeños altavoces –no recuerdo bien– para escuchar música mientras está en la huerta, pero sólo capta aquella que le interesa: la clásica.
Ahora junto el «Mas», Alexandre Deulofeu ha construido una casa originalísima, de madera. Los artistas que han visto esa curiosa creación de Deulofeu aseguran que es algo extraordinario, propia de su imaginación amplia y de su espíritu creador y original.
Desde esta zona de su masía se distingue perfectamente, en dirección a Besalú, la muralla que forma la Garrotxa, de montañas erosionadas, dramáticas y contrahechas, coronado uno de sus picos más prestigiosos por el santuario románico de la Mare de Déu del Mont. Todo cuanto ve y todo cuanto quiere Deulofeu es románico. Una de sus últimas obras se llama «L’Empordà, bressol de l’art románic», agotada, y de la cual también se editó una edición en castellano. Paralela a esta obra publicó asimismo «Catalunya, origen de la pintura medieval», y está ultimándose la edición de «L’Empordà-Rosselló, bressol de l’escultura romànica».
Le preguntamos en cierta ocasión, en el porche del «Mas», cuántos libros llevaba publicados. Abstraído, no nos contestó. Volvimos a la misma pregunta. Entonces se puso el dedo sobre los labios indicándonos silencio.
–Después…, ahora déjeme oír el tercer tiempo del concierto en re de Bach. La música nos llegaba de las ramas de un manzano. El cielo era límpido. Hacía un poco de frío y la brisa, al pasar por el bosque, era portadora de toda la carga de perfumes que emanan de los romeros, los espliegos y de la resina de los pinos.
Cuando enmudeció la voz del último violón, se puso a hablar de su obra. Antes de nuestra guerra, poco después de la República, publicó sus primeros libros: cuatro, todos ellos agotados. En tres ensayaba ya lo qué en realidad ha sido la constante de su vida: la matemática de la Historia. El cuarto era una obra sobre química estructural. Al reemprender año más tarde el feliz «retornello» de su producción, publicó «La matemática de la Historia», «Europa al desnudo», «Nacimiento, grandeza y muerte de las civilizaciones» y los «Grandes errores de la Historia», que en realidad constituyen los dos primeros volúmenes de la «Matemática», que constará de diecisiete. También publicó una obra sobre el átomo.
Ideas y realizaciones.
Las ideas de Deulofeu, en las cuales se mezcla la objetividad más absoluta y la subjetividad más desbordada, y al mismo tiempo más convincente, empiezan a hacer mella en cierto espíritu. No obstante son muchos los que se rasgan las vestiduras ante el solo nombre del Ampurdán, cuna del arte románico, otros, especialmente los franceses, más cercanos al Pirineo, acogen las ideas de Deulofeu con simpatía y empiezan a mirar nuestras tierras como un lugar donde podría haber nacido ese arte espiritual, tan viejo y al mismo tiempo tan nuevo, que ha encontrado en Deulofeu un entusiasta como pocos, y cuya teoría forma parte del corpus de su «Matemática».
Alexandre Deulofeu habla, en San Pedro de Roda, con el arquitecto, también ampurdanés, Pelayo Martínez. El sacerdote es el cura párroco de Santa María de Vilabertrán, donde existe otro notable templo románico (Foto Salvador Llorens).
Ninguna de las ideas de este erudito figuerense son expuestas de manera gratuita. Las exhibe, a veces de manera brillante, y las argumenta a fondo, con datos, citas y testimonios históricos. Para exponer lo que hemos dado en llamar su teoría en «L’Empordà, bressol de l’art romànic», Deulofeu ha consultado ciento cincuenta y siete libros. Muchas veces ha tenido para ello que cruzar la frontera. Pero su coche conoce los caminos de todos los monumentos, archivos y librerías.
El científico de Figueras ha revalorizado con su paciente labor y su entusiasmo las construcciones románicas de la provincia de Gerona, especialmente de su zona ampurdanesa. Con algunos colaboradores fieles, Joaquín Fort de Ribot y Francisco Quiroga Trujillo, retrató todos los restos románicos del Ampurdán. Algunas veces le acompañaba otro entusiasta del románico y de sus originales ideas, el escritor y abogado Ramón Guardiola Rovira, hoy alcalde de Figueras y vicepresidente de la Diputación Provincial de Girona.
Propagandista de un arte.
Los descubrimientos fueron constantes y las sorpresas continuadas. Hallaron ábsides románicos empotrados en viejas masías, pequeños templos perdidos en los bosques o al socaire de alguna montaña, vestigios totalmente olvidados. El esfuerzo de Deulofeu, no siempre comprendido y agradecido, permitió que de nuevo se fijasen los ojos en el monasterio de Sant Pere de Roda –se tendría que llamar Rodes, porque en su escudo figuran dos ruedas– y se revalorizasen sus caminos, hasta el extremo –no sé si se han echado a perder– que hace un par de años podía ascenderse hasta el «Mas de la Pallera», a la ermita de Santa Elena, a unos pocos pasos, sedativamente del monasterio resucitado, como el Ave Fénix, de las ruinas y las cenizas.
El entusiasmo contagioso de Deulofeu hizo posible la celebración de una Semana de Arte Románico en Figueras, y que los poderes públicos, empezando por los arqueólogos y técnicos de la ciudad de Girona, redoblaran su ya manifiesto interés por Sant Pere de Roda y por los ejemplares románicos del Ampurdán. Así, la Dirección General de Bellas Artes concedió diversas subvenciones para restaurar las iglesias –tantas veces citadas en el libro de Deulofeu– de Sant Quirze de Colera, Santa María de Vilabertrán, Sant Cristóbal de Baget, Sant Julià de Boada, Santa María de Roses, Sant Miquel de Cruilles, etcétera.
Como trabaja.
La fidelidad documental de Deulofeu es asombrosa. No deja nada al azar. No le basta leer documentos, cotejar pergaminos, consultar libros. Necesita ver, una cosa que incluso muchos famosos tratadistas en arte no habían hecho, al menos con tanto escrúpulo y meticulosidad. Antes de escribir sobre una estatua, sobre un monumento, por importante o modesto que fuera, por cerca o lejos que se encontrase, antes de formar tesis, teorías, antes de apuntar opiniones, lo visita. Su coche va de extremo a extremo de España o de Francia en pos del románico, como el cazador ve detrás de la liebre: de Moissac a Cahors, de Sant Sernín de Toulouse a Vezelay, de Poitiers a Autun. Marcha al encuentro del románico de los países nórdicos, de Italia; recorre las costas asiáticas, Grecia.
Hace pocos meses, a raíz de su libro en preparación sobre la estatuaria románica, Deulofeu, como tenía que ocuparse de una escultura que no había visto, y la cual se guardaba en el British Museum londinense, salió, diríamos disparado, de Figueras, sin acabar la cuartilla que escribía en aquel momento y se dirigió acompañado por el profesor I. María Bordas. Una vez allí cogió un taxi y se hizo conducir al museo. Miró y remiró la escultura, tomó unos apuntes. Después al avión y de nuevo a Figueras, donde volvió a teclear en la máquina y después de un suspiro acabó la cuartilla.
Artur Llopis.
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