Alexandre Deulofeu, el historiador del futuro (III): Viaje al futuro del Imperio.
L’Unilateral. Sábado, 5 de Noviembre de 2016.
Juli Gutièrrez Deulofeu. Sábado, 5 de Noviembre de 2016.
Este sábado 12 de Noviembre, a las siete de la tarde en el Teatro Jardín de Figueres tendrá lugar el preestreno del documental producido por Visiona TV sobre la figura y la obra de Alexandre Deulofeu. Cuatro días antes los electores americanos habrán acudido a las urnas para escoger un nuevo presidente. Serán las quincuagésimaoctavas elecciones presidenciales en los EE. UU. Mucho han cambiado las cosas desde que el todavía joven imperio iniciara su carrera. La democracia americana está en el punto de mira de la opinión internacional. En función de los sondeos la bolsa sube o se desploma con rapidez. Y lo que es indudable es que hoy la sociedad americana es una sociedad claramente dividida.
Dentro del impagable imaginario deulofeuniano el concepto de imperio toma una dimensión principal, capital a la hora de explicar las dinámicas geopolíticas y geoestratégicas.
Recordemos que Deulofeu establece una teoría general, válida para todos los pueblos, en la que su principal clave explicativa es la dialéctica que se establece entre las fases de fragmentación territorial y las fases de unificación o imperialistas. En un momento determinado del ciclo histórico los pueblos pierden sus libertades y caen con agrado o por fuerza bajo lo que denomina núcleos imperialistas. Los imperios son para Deulofeu perfectamente previsibles a partir de unas etapas que se repiten una vez tras otra, tanto en los imperios antiguos como en los contemporáneos. Los imperios siguen una secuencia de nacimiento, crecimiento, grandeza y decadencia, como sí por una inexplicable razón siguieran los designios de una fuerza, de una ley que reproduce una y otra vez el fatal círculo ontogénico de la vida y la muerte. Todo ello 550 años.
Uno de los momentos más trascendentes de la vida de un imperio es el que Deulofeu define como primer periodo agresivo, caracterizado por una continuidad de grandes victorias militares y en el que el imperio se organiza, en un principio, en un régimen ampliamente federal. Despacio a medida que aumenta el poder y el prestigio del joven imperio los diferentes territorios que lo conforman van perdiendo sus libertades y se acentúan las diferencias sociales a la vez que el resto de potencias se organizan para detener una maquinaria militar que parece invencible. Llegado a la cumbre de su poder el imperio se ve abocado, sin solución de continuidad, a una profunda crisis caracterizada por luchas sociales remarcables, pérdida de territorios, guerra civil y anarquía. El imperio parece que vive sus últimos momentos, asediado por todas partes se muestra débil e indefenso, a tocar la ruina total. Pero entonces como el ave fénix, renace de las cenizas de la mano de un poder unipersonal –los dos ejemplos más recientes Napoleón e Hitler– que devolverá a la herida potencia toda su fuerza iniciando un segundo periodo agresivo que se verá detenido por una gran derrota militar. Entonces el imperio abandona para siempre jamás el uso de la violencia y sus veleidades expansionistas iniciando la fase conservadora y de plenitud.
Volvamos a los EE. UU. Hoy, el joven imperio americano desprendido de una larga fase agresiva se ve abocado a su gran depresión. Dicho en otras palabras, la democracia pierde bastante ante el ascenso de los autoritarismos, a pesar de las apariencias. Cuando Obama llegó al poder todo el mundo se frotaba las manos. Hoy ya es casi historia. Su legado muy discutible. Deja un país más dividido que nunca, con una caída en picado del mercado laboral. Hoy, en los EE. UU. los ciudadanos ya no salen a buscar trabajo. Hoy, podemos volver a hablar de dos Américas. La desigualdad social es extrema. La fractura entre los pocos ricos y la gernación inabarcable de pobres y desheredados convierte el país en un polvorín. De hecho durante el mandato de Obama, el primer presidente negro de los EE. UU., se han multiplicado las tensiones raciales y los enfrentamientos con las fuerzas de la orden. Además el territorio americano, federal a la fuerza, recordemos la sangrienta y nada democrática Guerra de Secesión, se ha dividido en mil condados, republicanos unos, demócratas otros, que hacen la guerra por su cuenta, que no se relacionan, que no se toleran. Los analistas políticos y sociales coinciden en el hecho que esta polarización espacial y socioeconómica está dando lugar a la cultura política más radical en los EE. UU. desde los populismos de los años veinte.
Alexandre Deulofeu ya advirtió en su momento a los americanos. Les aconsejó que abandonaran Vietnam porque de allá sólo podían salir escaldados. ¡También decía que si no eran capaces de adaptarse a la Ley de la Historia, o romperla por primera vez, las calamidades que sufrirían los ciudadanos americanos multiplicarían por mil los horrores de la Revolución Francesa!
Ahora otro vuelta, en otro lugar del mundo, el escenario vuelve a estar preparado. Y dos actores principalísimos se disputan el principal de los papeles: Hillary Clinton y Donald Trump. Es curioso como gran parte del mundo demócrata occidental se pone las manos en la cabeza pensando en la posibilidad de que Trump logre la presidencia americana. Ven a Clinton como la gran esperanza de la democracia. Gran parte de las estrellas multimillonarias americanas apoyan a la candidata. Estrellas que no pueden llegar a imaginar cuál es la realidad de gran parte de la población americana, tan alejada de la suya. Es el mismo caso de DiCaprio, convirtiéndose en abanderado de la lucha contra el cambio climático. Y la gente que se lo escucha, ¡Increíble!
Pero volvamos a la escena que nos ocupa. Deulofeu advertía en los años 60 que el gran peligro por los EE. UU. era China. Pues bien, Clinton, como secretaria de Estado anunció el 2012 un cambio significativo en la política exterior de los EE. UU. Después de ser la máxima responsable de la guerra que hundió a Libia en el caos, decidió desplazar el poder militar americano, sobre todo naval, desde Europa y el Oriente medio al Pacífico occidental. Supuestamente porque a causa de su creciente poder económico China se ha convertido en una amenaza potencial en términos militares. Clinton busca una alianza con otras potencias del Pacífico y de este modo aumentar las tensiones en la región, el Mar de China que concentra más del 80% del comercio mundial, provocando que China inicie una carrera armamentística. Esta es la gran apuesta de Clinton si llega a la presidencia. También defiende una política beligerante hacia Rusia. Son muchos los observadores serios, como John Pilger y Ralph Nader que tienen miedo de que Clinton conduzca en el mundo hacia una Tercera Guerra Mundial.
De manera sorprendente aparece el otro candidato, Donald Trump, populista, sin ideología. Aparece como un empresario, un «bárbaro», que está a favor de reconstruir la infraestructura del país en vez de gastar dinero en guerras en el extranjero. Fue capaz de ganar a su rival republicano, Ted Cruz, un fanático evangélico de extrema derecha que sería tan malo como Clinton, o peor. Cruz, y Clinton, y sus acólitos comparten la misma creencia semi-religiosa. Son aquellos que creen en el papel excepcional de los EE. UU. para modelar el mundo a su imagen y semejanza. A cualquier precio. Siempre allá mismo, aquella doctrina nefasta del «destino manifiesto», la doctrina Monroe de 1823.
A principios del 60 un joven militar venezolano Victor José Fernández Bolivar escribió una tesis que llevaba por título «Los principios Matemàticos-Históricos», una interpretación militar de la Matemática de la Historia. Fue premiada en la Escuela de Guerra de París. Y el OTAN y lo Pentágono recibieron copias de la misma.
Siempre me he preguntado porque el imperio americano alargó tanto y tanto su periodo agresivo, porque no se instala definitivamente en la gran depresión, porque la deriva autoritaria se está produciendo sin ruido, insensiblemente… ¿quizás, pienso porque aplican los principios de la Matemática de la Historia?
Estos días los americanos piensan que deciden su futuro. Pero este ya está escrito. El vector director de la historia lo señala. ¿Quién lo interpretará mejor? Clinton o Trump. Yo si pudiera decidir, apostaría por Trump.