El día 27 de Diciembre de 1978 murió Alexandre Deulofeu. Explican las crónicas que aquel día en el Ampurdán lucía un sol brillante, en un cielo azul, donde las nubes, blancas, pasaban deprisa empujadas por la tramontana.
A pesar de que fueron muchas las muestras de pésame expresadas, incluso de grandes personalidades del ámbito político y cultural catalán, como Josep Tarradellas, Heribert Barrera o Salvador Dalí, podríamos afirmar sin equivocarnos, que en aquella fecha sólo el tiempo atmosférico hizo justicia a Alexandre Deulofeu.
Las páginas de los diarios de aquel día se hacían eco de diferentes noticias. Por un lado el rey Juan Carlos I sancionaba ante las cortes españolas la constitución que el pueblo español había ratificado en referéndum el seis de Diciembre. Por otro lado, una serie de intelectuales catalanes, mayoritariamente independientes y de acreditada trayectoria antifranquista y catalanista firmaban un manifiesto en favor de la aprobación del anteproyecto de Estatuto de Autonomía con el fin de que pudiera ser presentado a las Cortes.
Esto no tendría especial relevancia si no fuera que la finalidad del mismo era, según los firmantes del manifiesto, «evitar que Tarradellas pudiera cumplir su deseo de retrasar la presentación del estatuto y así prolongar, en su propio beneficio, la actual Generalitat personalista y antipopular». Vaya como ejemplo. Un país enfrentado.
A nivel internacional los focos de atención se situaban en la antigua URSS, en China, en el Golfo Pérsico y especialmente en Turquía. La URSS se mostraba deseosa de acelerar la firma del acuerdo SALT II para llevar a cabo la limitación de armas estratégicas. La República Popular China prescindía de las advertencias de la URSS y firmaba un acuerdo con Japón. El nuevo líder chino Deng Xiaobing abrazaba el dicho «realismo político» e intensificaba las relaciones comerciales internacionales lo cual demostraba el deseo de romper con tantos años de aislamiento. Anunciaba medidas liberalizadoras y establecía relaciones diplomáticas plenas con los EE. UU. En el Golfo Pérsico el Sah de Irán se enfrentaba a una manifestación multitudinaria. La crisis se acentuaba después de ocho meses. Mientras tanto en Turquía desprendida de los sangrientos enfrentamientos religiosos entre chiíes y suníes ocurridos en la ciudad de Marás, el gobierno socialdemócrata del primer ministro Bulent Ecevit imponía la ley marcial en trece provincias. A pesar de que la realidad política catalana, nacional e internacional seguía de pe a pa las directrices marcadas por Alexandre Deulofeu, nadie fue capaz de leer entre líneas, de mirar algo más allá, de asumir que la historia sólo tenía razón de ser, si dejaba de mirar al pasado y era capaz de proyectarse hacia el futuro.
De hecho tampoco nos tiene que extrañar demasiado. Entonces muy pocas personas sabían quién era Deulofeu y todavía pocas más habían dedicado cinco minutos de su tiempo para pensar en lo que Deulofeu proponía. Tiempo habían tenido. Deulofeu publicó su primera obra en 1934. Y su título era bastante evocador: Catalunya i l’Europa futura (Cataluña y la Europa futura). Pero por lo que fuera, cuando Deulofeu murió sólo una minoría conocía con detalle las líneas maestras de su visión de la historia. Bien, algunos amigos de toda la vida y a nivel internacional sólo dos personas. Un argentino, el capitán de barco Abelardo F. Gabancho y el general de brigada venezolano Victor José Fernández Bolivar. Ambos cogieron perfectamente el sentido de la Matemática de la Historia, que era el nombre de la teoría histórica de Deulofeu, nombre, propuesto, parece ser por Francesc Pujols. Los dos se lo llevaron hacia sus respectivos países. El segundo, en 1975, el primero, en 1978. Fueron los dos grandes actos de Alexandre Deulofeu. En casa suya, en Cataluña, a su alrededor, en el mejor de los casos el silencio, la indiferencia. Y en el peor el comentario malicioso de aquellos que nunca osaron enfrentarse.
Cuando Alexandre Deulofeu murió el mundo andaba por la dirección que él había señalado. Quizás cuando murió las cosas habían pasado de manera ligera, sin demasiados aspavientos y quizás, por eso, no se le dio importancia. Alemania había perdido la guerra pero gracias a una coyuntura internacional interesada se había recuperado, a pesar de que se encontraba dividida, de forma sorprendente, y empezaba a liderar una Europa que todavía, hoy está para hacer. Francia y el Reino Unido, potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, veían como poco a poco iban perdiendo sus colonias y su presencia en el tablero de ajedrez internacional quedaba cada vez más diluida. Los EE. UU. se tenían que retirarse del Vietnam. En casa nuestra, moría el dictador y se empezaba a hablar de estatutos. A pesar de que todo iba pasando tal y como había anunciado Deulofeu en la Matemática de la Historia, libro publicado apenas llegado del exilio, su teoría no despertó ningún tipo de interés especial. Quizás, también, porque los grandes monumentos mentales que Deulofeu construyó todavía se tenían que cumplir.
En la primera de sus obras, del año 1934, Deulofeu ya había anunciado la derrota de la URSS alrededor del año 2000 y la paralela desintegración de Yugoslavia. También la desintegración del Estado español y la independencia de Cataluña, hechos que tenían que llegar alrededor de 2029 y la decadencia sostenida y continuada de Francia e Inglaterra que irían pierden sus colonias y que se verían abocadas a guerras civiles y desestabilizaciones internas. Una vez regresado del exilio se arreciaba en estas afirmaciones y proclamaba la futura reunificación alemana coincidiendo en el tiempo con la desaparición del dicho imperio de Moscú. Tampoco era halagador el futuro de los EE. UU. que derivarían hacia formas de gobierno cada vez más autoritarias producto de la fragmentación social del país y de la situación internacional y sobre todo alertaba del gran peligro que representaba el imperio de Pekín.
El día que Deulofeu murió nadie, nadie, supo entender, leer bien los diarios. La URSS ya no representaba ningún peligro, sólo quería firmar acuerdos de paz; claudicaba frente al emergente imperio chino que anunciaba su despertar, de momento pacífico. España iniciaba el proceso de fragmentación territorial y en casa nuestra ponían trabas, por ejemplo. Por otro banda la lectura detenida de La Matemática de la Historia ya nos anunciaba mil batallas intestinas en el norte de África, en plena fase de fragmentación y también el peligro que Turquía representaría en los próximos siglos para la estabilidad de Europa, una Europa que se tendrá que plegar una vez más a las directrices que marca la ley de la Historia. Los viejos estados nacidos con la modernidad periclitan indiscutiblemente. No hay nada que hacer. Lo vemos cada día, España, Francia, Inglaterra tienen que enfrentarse a sus propios demonios. Europa hace aguas por todas partes. Sólo Alemania la puede salvar y lo hará, y lo hará bien, si es capaz de asumir su papel principalísimo en la reconstrucción de la Europa que tiene que venir. Pero tiene que saber que esta Europa se tendrá que construir con una base sólida, real, la suya, aquella que se engendró durante la época medieval, y por tanto tendrá que olvidar para siempre jamás los fatídicos, y fatales renacimientos, y esto quiere decir que los dirigentes alemanes tendrán que girar la mirada al pasado, sí, pero al suyo, a su origen que es el de Europa y por tanto su mirada tendrá que abrazar Cataluña, cuna indiscutible de la cultura occidental.
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