Cataluña y Castilla.
Boletín de la Fundación La Plana (Bages). Número 10. Lunes, 11 de diciembre de 2017. Páginas 8-9.
La Plana, espacio de pensamiento y cooperación.
Geografía, política y economía social.
Cataluña y Castilla.
Brauli Tamarit Tamarit.
Una de las aplicaciones de la Matemática de la Historia de Alexandre Deulofeu es entender mejor el carácter colectivo de los diferentes pueblos que participan en cada evento histórico.
Juli Gutièrrez Deulofeu suele recalcar, en sus conferencias, que Castilla es un territorio relativamente despoblado y de clima agreste donde, durante la reconquista, el rey Alfonso X el sabio reivindicaba para sí mismo el título de emperador. Esta manifestación de carácter imperial no logró su propósito en ese tiempo porque la Península Ibérica estaba en fase de fragmentación demográfica. Consecuencia de este talante, la reconquista castellana consistió fundamentalmente en una ampliación sucesiva del reino de Castilla.
En cambio, en este mismo periodo, en la Cataluña más intensamente poblada y con un clima más benévolo se constata un carácter más creativo y libre. El rey Jaime I no siguió ampliando el Principado, sino que ascendió a la categoría de reinos las nuevas conquistas de Mallorca y Valencia, confederado estos territorios con el Principado y el reino de Aragón.
Hay un momento de la historia de nuestros antepasados catalanes donde éstos, en palabras del propio Juli Gutièrrez, casi «tocan la mano de Dios». Es en el siglo XV, cuando se llega a la etapa que él llama democrática, la última de la fase de fragmentación, donde todas las clases sociales de personas libres están representadas en el gobierno de cada ciudad. Es la culminación del pactismo social. Coincide este momento con el mayor nivel de capacidad creativa en todas las ramas de la actividad humana: arte, filosofía y ciencia.
Desgraciadamente, esta etapa no puede durar siempre, porque o bien los más avispados o los más afortunados se van convirtiendo más ricos respecto a sus congéneres y esto fractura la sociedad en dos grupos: capitalistas y proletarios. Cuando se rompe este equilibrio social, Juli Gutièrrez Deulofeu dice que nuestros antepasados quisieron buscar cuáles eran los responsables de que la sociedad fuera mal, y apelaron al concepto de «pureza de sangre» para culpabilizar y perseguir a aquellos que no eran considerados suficientemente «puros».
Posteriormente, en el siglo XVIII, aquella Castilla que domina el imperio español borbón vive su etapa de plenitud imperial, reflejada en dirigentes como el rey Carlos III, el llamado «el rey alcalde» que pone orden y aporta magnificiencia a la capital madrileña. Es la etapa llamada conservadora, dentro de la fase de gran unificación, donde el imperio ya no aspira a la dominación universal, pero donde conserva con fortaleza sus posesiones.
Pero esta etapa de plenitud imperial no dura siempre. Llega un momento, después de las guerras napoleónicas, donde el imperio español entra en decadencia y empieza a perder sus colonias. A partir de las Cortes de Cádiz es cuando verdaderamente se introduce el concepto de «España» como tal. Después es aquí cuando el autor Noël Valis en su libro La cultura de la cursilería informa que la sociedad castellana vive un fenómeno de distinción entre estos que se llaman «castellanos viejos» y los «castellanos nuevos». Reaparece el fenómeno de la «limpieza de sangre», esta vez en su versión castiza, así como el de la «cursilería», que es el querer aparentar lo que no se es. Se compran y venden títulos nobiliarios y hay quien busca méritos para ser investido con títulos nuevos.
La distinción entre las personalidades básicas de los pueblos castellano y catalán no viene sólo determinada por su clima y su ambiente, sino también por cuales han sido históricamente sus respectivos momentos de plenitud, como si sus anhelos se basaran en volverlos a reproducir en cada caso. Es seguramente la explicación del porqué se produce este desencuentro entre los dos pueblos. Mientras que el pueblo castellano se siente más identificado con el carácter imperial de la autoridad de un rey paternal, el pueblo catalán refleja un carácter fruto de su elevada creación, expresado en sus formas constitucionales más pactistas y a la vez participativas, o sea, más basadas en el consenso.
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