Ahora sí que es la hora.
Juli Gutièrrez Deulofeu, El Punt Avui+. Domingo, 7 de agosto de 2016, 02:00 h.
Divulgador de la matemática de la historia.
En 1934 Alexandre Deulofeu publicaba la primera de sus obras y embrión de la futura Matemática de la historia. Su título era lo suficientemente evocador Catalunya i l’Europa futura (Cataluña y la Europa futura). Vivía, el entonces joven profesor, días de euforia y esperanza. En estos piensa en Cataluña como nación, la primera nación europea, y reclama la obligación de liberarla de la sumisión estatal y política, y denuncia sobre todo la sumisión moral a que está sometida, y por tanto considera que necesitamos, que es indispensable para nosotros, desvelar del todo la conciencia nacional catalana. Pero los últimos acontecimientos lo hacían dudar.
Efectivamente, cuando las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 dieron el triunfo a los partidos republicanos, la euforia y la alegría se hicieron dueñas. Pocas horas después, el 14 de abril el presidente Macià proclamaba la República catalana. El país alcanzaba su soberanía plena, y lo hacía de manera unilateral. Poco duró la situación. El 16 de abril una delegación del gobierno español, de aquellos mismos que solemnemente habían firmado, unos meses antes, el pacto de San Sebastián, convencieron a Macià que aquello no iba a ninguna parte, que con una autonomía más o menos amplia era suficiente. Se renunciaba a la nación y se volvía a la provincia.
Hoy los vectores de la Ley de la Historia marcan la derrota de un imperio, aquel, mal dicho español. Se cumplirán, en 2029, los 550 años de vida imperial. Todo comenzó en 1479, cuando se unieron las coronas castellana y aragonesa. De hecho tanto valen los significantes. Esto es lo que hace grande Deulofeu. Tenía que pasar. Los territorios peninsulares entraban en la fase unificadora… La comenzaron los Reyes Católicos, y la continuó una casa extranjera, la de los Austrias que decidió poner fin a las libertades, sí, castellanas en Villalar, el 1521. Esta fase federal se acababa con la llegada de otra dinastía foránea, los Borbones. Durante los años que siguieron se acentuó el centralismo, demasiado a menudo gracias a la connivencia entre las oligarquías castellanas y las élites industriales catalanas, demasiado preocupadas en mantener sus privilegios. La España invertebrada se vertebraba gracias al liberalismo, se definía y se constituía en la Constitución de 1812. Poco a poco se iba engendrando la mentira, ésta cogía forma y se arraigaba en el imaginario colectivo. Así tenía que ser, y hoy los restos de este proceso unificador se derrumban definitivamente. Las nacionalidades vernáculas, sometidas, resurgen después de un largo sueño. La vida del imperio acaba. Ya nada lo podrá detener. La Historia otra vez nos demuestra su autonomía. No se escuchará a nadie y pronto veremos como la Península Ibérica se fragmenta irremediablemente.